En memoria a mi abuelito Guillermo

Escribo esta entrada en honor a mi abuelito, quien falleció ayer de muerte natural, miércoles 6 de abril.

Mi abuelito es una de esas personas que si en el cielo hay cola para entrar, a él lo pasaron sin formarse. Jamás le conocí una mala intención, jamás. Es más, ni siquiera nunca escuché una grosería fuerte saliendo de su boca. Incluso, de no ser por mi abuelita, él se hubiera hecho sacerdote, pero no fue así y consecuencias de eso es que ahora tiene una amplia familia que lo recordaremos por siempre.

Yo le debo muchísimas cosas a mi abuelito. La más importante debe ser el hecho de saber leer. Cuando yo estaba chico y todavía no podía entrar al kinder y mis papás trabajaban, mis abuelitos me cuidaban. Entre ellos dos me enseñaron a leer en los ratos que los quehaceres del hogar se lo permitían, mi abuelo ya estaba jubilado en ese entonces. Recuerdo muchísimo como mi abuelito me sentaba en su pierna buena y me leía cuentos del pato donald. Recuerdo que aún después de aprender a leer, me gustaba seguir escuchando los cuentos de su voz,

Mi primaria la pasé yendo a su casa todos los días después de la escuela (estaba a unas pocas cuadras) y ahí me recogía mi mamá, pues su trabajo terminaba después. Siempre nos decía, a mí, a mis hermanos, a mis primos, que su casa era nuestra casa, que si queríamos agarrar algo, no teníamos ni que preguntar. Recuerdo que hacía una sopa de coditos buenísima y un dulce de hielo de mango también delicioso (tenía que hacer al menos tres recipientes, para que durara más de un día). Me solía llevar a la tienda, siempre saliendo primero de la casa, temiendo que me fuera a atropellar una bicicleta y dándome la mano al atravesar la calle.

No sólo me enseñó a leer, entre otras cosas me enseñó el sistema solar y el alfabeto griego cuando tenía cuatro años. Recuerdo que una vez me llevó al banco y me hizo recitárselo al cajero y dicen que se quedó admirado (aunque yo ya no me acuerdo). Le encantaba también hacer bromas. Mi abuelita siempre lo regañaba porque un día iba a hacer enojar muchísimo a alguien. Eran del tipo: decirle "a usted le dicen el señor delgadillo verdad?" a una persona muy muy gorda. Durante sus estudios aprendió algo de latín y francés y también le gustaba preguntarle a la gente frases en esos idiomas y preguntarles qué significaba. Lo que no saben muchos es que la mayoría se las inventaba. Una anécdota que recuerdo es que después de uno de mis tíos me acabara de enseñar a jugar ajedrez, yo quería jugar contra mi abuelito. Me hizo creer que no sabía y explicarle las reglas para después ganarme.

Iba a misa casi a diario, hasta que su condición ya no lo dejó. Siempre que iba, comulgaba. Todos en la familia sabíamos que si íbamos con el a misa, su lugar en la banca era siempre el de junto al pasillo. Su lugar en la mesa a veces lo cedía, pero ese, jamás. Mis tíos dicen que a ellos los trataba con mano dura, pero con los nietos jamás levantó una mano. Si llegaba a enojarse porque nos portábamos mal, se esperaba a que llegaba la mamá o el papá y daba la queja.

Le encantaban los helados, Cuando ya le era difícil caminar, mi mamá lo llevaba sin excepción, cada domingo a pasear en coche. Yo iba muchas de las veces. La primera parada nos deteníamos en alguna heladería y después mi mamá manejaba por distintas partes de Morelia. Cuando pasábamos por algunas partes, mi abuelito nos contaba lo diferente qué era a sus tiempos, cómo lo que ahora es el centro era todo lo que había en la ciudad.

El mayor viaje que hizo fue a Sudamérica, con mi abuelita. Lo que más recuerdo era el pan de azúcar por la postal que siempre enseñaba. También me acuerdo que me decía que cajeta, que es un dulce de leche en México, significaba algo totalmente distinto por allá. Sin embargo, nunca quizo decirme (ni siquiera a mis hermanos mayores) qué, pues era algo vulgar. En esos tiempos no había internet, así que sólo podíamos quedarnos con la duda.

Me duele que se haya ido. Lo hizo justo en el cumpleaños de mi mamá. Ella me dice que no lo toma como algo malo, sino al contrario. Mi abuelito quería muchísimo a mi mamá y ella dice que ésa fue la forma de Dios de decir que ése día no debe ser un día de tristeza, sino de regocijo, porque mi abuelito ahora está con Él.

Todos lloramos su pérdida en mi familia. Mi abuelito se llamaba Guillermo también, por eso me pusieron así. También un tío y mi primo. Cuando estábamos los cuatro nunca se le pasaba decir a mi abuelito: "Estamos aquí, uno, dos, tres, cuatro Guillermos." Señalándonos a cada uno. Ahora siento que el nombre me queda demasiado grande, porque jamás podré ser tan bueno y tan grande como lo fue mi abuelito.

Dios lo tenga en su santa gloria.




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