Cabañas - Pieza 1

A sus 70 años, don Félix no tenía muchos amigos. La mayoría había muerto. Era la triste realidad. Su familia, el les dejaba mensajes, pero por supuesto, jamás le respondían. Por eso había decidido vivir retirado y pasar sus últimos días en soledad. A esa edad, no era difícil encontrar lugares desolados donde poder meditar. No había tenido que retirarse siquiera demasiado de la ciudad, apenas estaba a unos cuantos kilómetros en las afueras. La cosa era, que ya no podía vivir en la ciudad, le traía demasiados recuerdos. Recuerdos falsos, por si fuera poco. Eso era lo que más le molestaba.

Pero ahí, en la espesura del bosque donde se encontraba, había encontrado una cabaña, estaba en perfecto estado, así que no debía hacer mucho que hubiera sido construida. Tenía un gallinero bastante amplio, así que él solo se preocupaba de ir de vez en cuando a la ciudad para conseguir granos para alimentarlas.

Sabía que en cualquier momento podría llegarle la hora. Una enfermedad que lo incapacitara, que le impidiera salir a buscar alimento y que podría tener una muerte lenta y solitaria. Lo solitaria no le importaba, pues ya se estaba obligando a acostumbrarse a ello.

Cuando don Félix llegó a los 80, lo celebró yendo a una playa que estaba a tres horas manejando. Seguramente la siguiente década no podría hacer lo mismo. Ya sea porque no pudiera manejar o porque estuviera demasiado débil para nadar, o simplemente, porque ya no existiera.

La playa estaba vacía, lo cual no le impresionó. Esperó el momento adecuado, justo cuando su sombra indicaba que estaba a punto de ser las 2 de la tarde, para meterse al mar. Se había vuelto increíblemente bueno para predecir la hora sin reloj, al menos a esa latitud. Se quitó toda su ropa, al fin y al cabo, no había alguien a quien pudiera importarle.

Cuando salió, esperó hacerlo con la esperanza de encontrarse con algo totalmente distinto, pero no, todo seguía básicamente igual. Excepto que ahora tenía 80 años. Eso, y que ahora había divisado a otro viejo que parecía haber tenido la misma idea de ir a la playa. El otro viejo estaba a varios metros de distancia, pero sin duda estaba caminando hacia él.

Literalmente, hacía años que don Félix no entablaba una conversación. Carraspeó antes de decir:

-Buenas tardes.-Ni siquiera se preocupó de su desnudez, a esa edad no le importaba mucho.

-Buenas tardes tenga. Lo vi desde mi cabaña, no mucha gente acostumbra venir por esta playa. -Dijo señalando un punto en una colina cercana. -¿Cómo se llama?

-Félix, mucho gusto ¿usted?

-Hace mucho que olvidé mi nombre. Lo olvidé a propósito. En estos tiempos es doloroso recordar el pasado, ¿no lo cree?

-Doloroso, sí, pero es lo único real que nos queda... Por eso lo conservo. ¿Vive solo?

-Ni siquiera sé si vivo Félix.  Como sea, voy a partir pronto.

-¿Qué tan pronto?

El viejo sin nombre no respondió con palabras, sólo se metió al mar y se alejó, hasta el punto de que don Félix no podía verlo, lo cual no era mucho dado que no tenía sus lentes. Félix esperó junto a la orilla del mar un par de horas. ¿Por qué se había ido? Tal vez no había escuchado la pregunta. Pero más intrigante, por qué no había regresado. Había dos posibles respuestas... había tenido algún tipo de accidente o lo había hecho a propósito. De cualquier manera, el otro viejo no iba a regresar a la cabaña, eso era seguro.

A don Félix no le gustaba la rapiña, pero el otro viejo tenía más o menos su misma complexión, y la verdad es que a él le hacía falta ropa nueva. Se dirigió hacia donde estaba la cabaña y encontró más de lo que podía pedir. Había comida enlatada y redes para pescar, lo cual indicaba que debía haber un bote pesquero cerca donde poder usarlas. Había ropa, pantalones, camisas, trusas, calcetines, no faltaba nada.

También había una tele. Una tele que funcionaba y que tenía la conexión de red. Hacía años que no había visto un video. Ya había visto todos los que tenía que ver, no había nada que pudiera interesarle. Sin embargo, por algo de morbo, repitió el último que se había visto, para saber si había algo que hubiera hecho actuar de manera extraña al anciano sin nombre. Pero nada especial, sólo alguien hablando de la construcción de esa cabaña y de los cuidados que se debían tener para su manutención.

La cabaña era cómoda, pero don Félix no quería acostumbrarse a ella demasiado. Nada a lo que le tuviera aprecio perduraba, así que decidió dejarla después de un par de meses. Regresó a vivir al bosque.


Cuando don Felix llegó a los 90 años, la curiosidad le ganó. Quería ver cómo había cambiado la ciudad. Sí, había sido un cambio drástico. Nada era como lo recordaba. Ni tenía por que serlo, por supuesto. Se dedicó a caminar sólamente. A trata de encontrar parecidos, pero resultó infructuoso. En su mente, todo lo recordaba más grande, más majestuoso, pero sabía que a eso se atenía al ir a ese lugar, a faltar al respeto a sus recuerdos. Fue el último viaje que Félix realizó a la ciudad. Meses después, su cuerpo decidió que había tenido suficiente, y su corazon dejó de palpitar.

Don Félix no se opuso. Su último pensamiento fue para Sofía, aún en contra de su voluntad. La había amado, la había odiado, y, aunque no podía creerlo, finalmente, también la había perdonado.





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